martes, 24 de enero de 2012

Notas (1)

El frío me cala hasta los huesos y cada vez mi mente se siente más cansada. Ayer por fin decidí comenzar a escribir estos fríos recuerdos temerosa de volverme loca; utilizaré esta libreta que por portada lleva el título de "Ética" (siendo sincera nunca creí que este cuaderno sirviera realmente de algo)

Mi nombre es Paola, bueno, al menos eso creo, mi memoria no funciona bien tras dos semanas sin pegar ojo, y ciertamente dormir no es una opción factible para ninguno de los que nos encontramos aquí.
 
No pretendo mentir, ni mucho menos inventar una historia ficticia de lo que aquí ha ocurrido. Solo me gustaría saber que es un sueño, pero, como sea, no he podido despertar.

Mi mano tiembla y me asusta pensar que me encuentren. De todos modos seguiré con esto.

Comenzó todo parecido a una broma de muy mal gusto por parte de los llamados "porros". Yo tenía que terminar un trabajo de Historia de México, y los que me conocen bien saben que no me ando con rodeos en los trabajos de equipo.

Brenda me esperaba con libros de aquella materia en las manos. Nos sentamos en las mesas de piedra con motivos ajedrezados que se encuentran en uno de los patios laterales de la escuela. Esperábamos a que Saúl      llegara para poder terminar el trabajo e irnos lo más rápido posible a casa...

No recuerdo más de esa escena, tanto el miedo como el sueño han bloqueado de mi mente muchas cosas. Sólo se que poco después me aterré, nada estaba bien. Palabras iban y venían, nadie sabía que sucedía. se oyó un grito no muy lejano que anunciaba el cierre de las puertas de todo el edificio escolar.

Intenté correr a la entrada, pero los prefectos me detuvieron
   -No hay paso, señorita- gritaban.
La desesperación e incertidumbre era lógica entre todos los alumnos ignorantes de lo sucedido.

Nadie decía nada.

lunes, 2 de enero de 2012

Un día común.


“Un día común. La luz naranja del amanecer viaja entre los edificios. El cielo se aclara, las nubes van de un lado a otro y se deshacen poco a poco. Así es el inicio de un día cualquiera.”

Llevaba ya largo rato esperando a mis compañeros, quienes no se aparecían cargando consigo ya veinte minutos de retraso y la desesperación se empezaba a hacer presente en mí. Pocas cosas no toleraba y una de ellas era la impuntualidad. Pedí una botella de agua y le pagué a la mujer que atendía la tienda. Volví a mirar a mi alrededor para ver si alguien ya había llegado. Vacío, el pasillo estaba vacío. La mujer colocó la botella de agua sobre el mostrador y preguntó si se me ofrecía algo más, le dije que no y tomé la botella. El agua estaba fría aunque la había pedido al tiempo, pero no le presté importancia y decidí retirarme.  No los esperaría más tiempo.
           
    Tomé mis cosas del suelo y empecé a caminar. Todas las personas se encontraban demasiado ocupadas jugando videojuegos como para prestarle atención a lo que sucedía en los pasillos. Caminé hacia la esquina del pasillo, pero al llegar me detuve sobresaltado y me pegué a la pared de un brinco para esconderme. Con la mano derecha en mi pecho agarré el tirante de mi mochila e intenté tranquilizarme. Hacía ya meses que la había dejado de seguir, sin embargo la seguía encontrando donde quiera que fuera.

 Respiré una vez más y asomé la cabeza para ver si me había visto, entonces fue que noté que estaba sola. Por lo general  cuando la veía se encontraba con alguien, pero no era así esta vez. Me daba la espalda y parecía que estaba buscando algo con la mirada perdida en el pasillo que daba a la salida. Me le quedé viendo unos instantes admirando su ondulado cabello negro, hipnotizado. De pronto noté que ella se había dado la vuelta y me miraba con extrañeza. Fijé mi mirada en sus ojos y para cuando recuperé la conciencia de lo que estaba pasando ella ya se encontraba a menos de dos metros de mí con expresión decidida. ¿Decidida a qué? Pensé que se acercaría para reclamarme y me asusté. Instintivamente corrí por el pasillo, bordeando las pequeñas manzanas que formaban los comercios de la plaza para encontrar otra salida. No estoy muy seguro de si me siguió en ese momento, pero recuerdo haber escuchado pisadas tras de mí y una voz que gritaba mi  nombre.

“¡Rafa!” Gritó la voz, pero el eco se perdió entre el techo y los pasillos y yo no voltee atrás hasta que me encontré fuera de aquel lugar.