“Un día común. La luz naranja del amanecer viaja entre los
edificios. El cielo se aclara, las nubes van de un lado a otro y se deshacen
poco a poco. Así es el inicio de un día cualquiera.”
Llevaba ya largo rato esperando a mis compañeros, quienes no
se aparecían cargando consigo ya veinte minutos de retraso y la desesperación se
empezaba a hacer presente en mí. Pocas cosas no toleraba y una de ellas era la
impuntualidad. Pedí una botella de agua y le pagué a la mujer que atendía la
tienda. Volví a mirar a mi alrededor para ver si alguien ya había llegado.
Vacío, el pasillo estaba vacío. La mujer colocó la botella de agua sobre el
mostrador y preguntó si se me ofrecía algo más, le dije que no y tomé la
botella. El agua estaba fría aunque la había pedido al tiempo, pero no le
presté importancia y decidí retirarme.
No los esperaría más tiempo.
Tomé mis cosas del suelo y empecé a caminar. Todas las personas se encontraban demasiado ocupadas jugando videojuegos como para prestarle atención a lo que sucedía en los pasillos. Caminé hacia la esquina del pasillo, pero al llegar me detuve sobresaltado y me pegué a la pared de un brinco para esconderme. Con la mano derecha en mi pecho agarré el tirante de mi mochila e intenté tranquilizarme. Hacía ya meses que la había dejado de seguir, sin embargo la seguía encontrando donde quiera que fuera.
Respiré una vez más y asomé la cabeza para ver si me había visto, entonces fue que noté que estaba sola. Por lo general cuando la veía se encontraba con alguien, pero no era así esta vez. Me daba la espalda y parecía que estaba buscando algo con la mirada perdida en el pasillo que daba a la salida. Me le quedé viendo unos instantes admirando su ondulado cabello negro, hipnotizado. De pronto noté que ella se había dado la vuelta y me miraba con extrañeza. Fijé mi mirada en sus ojos y para cuando recuperé la conciencia de lo que estaba pasando ella ya se encontraba a menos de dos metros de mí con expresión decidida. ¿Decidida a qué? Pensé que se acercaría para reclamarme y me asusté. Instintivamente corrí por el pasillo, bordeando las pequeñas manzanas que formaban los comercios de la plaza para encontrar otra salida. No estoy muy seguro de si me siguió en ese momento, pero recuerdo haber escuchado pisadas tras de mí y una voz que gritaba mi nombre.
“¡Rafa!” Gritó la voz, pero el eco se perdió entre el techo y los pasillos y yo no voltee atrás hasta que me encontré fuera de aquel lugar.
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