Sobresaltado, me levanté rápidamente y me puse en
guardia, esperando defenderme, las tripas restantes cayeron sin querer y
rodaron un poco por el suelo. Me maree, ya fuera por la rapidez con la que me
levante o porque la falta de sangre ya comenzaba a hacer sus estragos, me
decline hacia la izquierda, apoyándome en la pared. Cerré los ojos lentamente,
el ente seguía ahí, como sorprendido por el movimiento rápido… Es aquí donde no
logro conectar en mis pensamientos como es que me lo quite de encima, pero lo
hice. Volví a abrir mis ojos.
Estaba acostado. Instintivamente baje la mirada, el
suéter y playera que llevaba puestas estaban completas, ni un rasguño. Y las
tripas seguían en su lugar.
Pero… no fue la pesadilla lo que me despertó de golpe,
sino el hecho de que me estaba atragantando… bueno, no exactamente. La
sensación que se siente cuando la garganta está completamente reseca, como
cuando uno está enfermo. Aspiré por la nariz, haciendo que el acto reflejo de
toser se presentara casi instantáneamente. Después de un rato de casi escupir
bilis, me reincorpore, con ojos llorosos por el esfuerzo que se hace ante tal
situación.
Volví a aspirar, pero no con la misma fuerza, sino lenta
y relajadamente. Saqué mi celular y vi la hora. Las 11.40 de la mañana. Treinta
minutos desde la última vez que lo vi. Treinta minutos que se me fueron
eternidades. Las eternidades que nos marcaron el inicio.
Respingué y me volvió el ataque de tos. Esta vez, algo
había percibido que no me dejo respirar con facilidad como la primera vez. No
estaba enfermo, lo sabía de antemano, me remití entonces a algo del ambiente. Un
aroma penetrante, secante y mortecino me inundo las narinas con prontitud.
Trate de discernir que aroma era el que percibía. Algo en mi mente hizo “click”
y me recordó los años mozos en los que ayudaba a un tío mío a reparar el motor
de varios automóviles. Más que nada, cuando se tenía que limpiar el engranaje
con la gasolina que le sacábamos a los tanques del auto…
-¿así que alguien está jugando con gasolina?- Una voz
sarcástica escuche a mis espaldas. No la reconocí instantáneamente. Una vez que
me gire, supe quien la estaba produciendo.
-Demonios, tu aquí…-
-Sí, me alegra que no me hayas olvidado ¿Cuánto tiempo
ha pasado desde la última vez que conversamos o mínimo me vieras?- Se acercaba
con seguridad, paso a paso, acortando la distancia.
-No tengo tiempo para esto. ¿Sabes algo de lo que está
pasando allá afuera?-
-Nop, nada… me quede encerrado junto contigo ¿no es
así?-
Hice como que no lo escuche, comencé lentamente a
moverme a la entrada. Quizá y ya la habían abierto.
-Será mejor que comiences a buscar a tus compañeros.
No saldrás hoy de la prepa-
-¿Y qué carajos te hace pensar eso?- Le dije sin
voltearme, sabiendo que él me seguía a prudente distancia –apenas apareciste y
parece que sabes más de la situación que los que estamos presentes-.
-Es lógico ¿es que acaso no lo ves? Algo pasa ahora,
que ingenuo eres…- y rió en voz pasiva.
-Cierra ya esa puta boca, no estás aquí-
-¿a quién le gritas?-
-A este hijo de… oh- Me detuve a mitad del insulto y
me calle.
-¿A quién?- Inquirió de nuevo la suave voz.
-A este tipo…-
-Debió de haberse ido ya porque yo no veo a nadie- dijo
mientras sus ojos me examinaban la jeta.
-No tiene importancia. ¿No te habías ido de la prepa
apenas salimos?-
-No. Me encontré con mi “hermana” querida-
-Ok… demasiada información por hoy, Beth…-
Me dirigí a la puerta principal, esperando que ese
sujeto no tuviera razón en lo que había dicho.
-¿Vas a la entrada? Mejor busca a tus amigos y un salón
para dormir. No van a abrir hasta el domingo-.
-¿Quién dijo eso?-
-Lo corrieron como un rumor entre varios alumnos-
-Vaya, eso si que es ser cobarde, como sea-
Deje pasar el tiempo desde que me encontré con Beth.
De ahí llego la noche. Y nada más.
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